
Hay camisetas que se eligen por casualidad y otras que se eligen con toda la intención. La que llevo hoy, con el nombre de «Xian» estampado, no es casualidad. Xian es una ciudad imperial en el corazón de China, cuna de guerreros de terracota y milenios de historia. La elegí a propósito, porque hablar de la Unión Europea hoy es hablar de un control que nos habría parecido de ciencia ficción hace unos pocos años, un control que incluso a la propia China, a veces, le parecería excesivo. Y sin embargo, aquí estamos, viviéndolo a tope.
Recuerdo cuando hace años hablaba de China con la gente. Siempre me ha fascinado su cultura ancestral, su filosofía, su cocina… pero la respuesta inmediata era siempre la misma: «¿Cómo puede gustarte un país que controla a sus ciudadanos con crédito social, que los expone en pantallas públicas y que les limita sus libertades?». Era una crítica válida, una crítica que todos compartíamos desde nuestra supuesta «fortaleza democrática» y «superioridad moral».
Hoy, esa misma crítica suena a broma. Europa está implementando, a pasos de gigante, todo aquello que repudiábamos de China. Y lo que es peor, en muchos casos, a un nivel incluso más profundo.
El Gran Hermano europeo: control total sin pudor
Hablábamos del crédito social chino, pero ¿y si te digo que Europa va camino de algo similar con las CBDC (Monedas Digitales de Banco Central)? Con ellas, el Estado no solo sabrá cada céntimo que gastas, sino que podrá decidir si tu gasto es «correcto». ¿Quieres ahorrar para el futuro? Quizá el dinero «caduque» para incentivar el consumo. ¿Quieres comprar algo que al sistema no le parezca apropiado? Podrían bloquear la transacción. ¿Tal vez viajar al extranjero? Quizá tu «puntuación» ciudadana no te lo permita. Esto no es teoría de la conspiración, es la lógica conclusión de un sistema que busca el control absoluto.
Y no solo es el dinero. El «Chat Control» es otra de esas joyas. Con la excusa de luchar contra el blanqueo de capitales o la delincuencia, se nos dice que es necesario que el estado pueda leer todos nuestros mensajes privados. Todas nuestras conversaciones, sin excepción. La privacidad, ese derecho fundamental que creíamos sagrado, está a punto de desaparecer y la gente no reacciona. ¿Hasta cuándo?
La desposesión sistemática de la agenda 2030: de la industria al campo
Este control no es solo digital. Es físico, es tangible. Vemos cómo se desindustrializa el continente, cómo se dificulta el acceso y mantenimiento de la propiedad privada. Las normativas, la presión fiscal, las trabas burocráticas… todo parece diseñado para que el pequeño propietario, el agricultor o el empresario termine rindiéndose.
Y ¿quién espera al otro lado para recoger los trozos? Grandes fondos de inversión, como BlackRock, que se están hinchando a comprar tierras agrícolas y viviendas a un ritmo alarmante. No es casualidad, está programado de antemano. No quieren ciudadanos con riqueza, con independencia. Quieren una masa dependiente, que necesite del estado para todo, porque alguien dependiente es más fácil de controlar.
La farsa de las ideologías de izquierdas y derechas: totalitarismo puro y duro
Y aquí viene lo más frustrante. La gente sigue atrapada en el debate de siempre: izquierda vs. derecha, mi partido vs. tu partido. ¡Despertad! Esto ya no tiene nada que ver con ideologías. Esto es totalitarismo, llámelo como quieran. Da igual si el gobierno de turno se disfraza de comunismo o de fascismo, el resultado es el mismo: menos libertad para ti y más poder para ellos.
Ursula von der Leyen, Pedro Sánchez, Feijóo… son solo la fachada, gerentes de una filial controlada desde fuera. El verdadero problema es el sistema en sí, esa estructura de poder que nos ha sido impuesta y que nos está llevando a una distopía que ni Orwell ni Huxley se atrevieron a imaginar hasta tales niveles de descaro para Europa.
¿Hasta cuándo? La pregunta que todos deberíamos hacernos
Así que la pregunta, la única pregunta que realmente importa, es: ¿hasta cuándo vamos a aguantar?
¿Hasta cuándo vamos a permitir que nos quemen los campos de cultivo para luego expropiar esas tierras y poner paneles solares de baja eficiencia en lugar de esperar a una tecnología mejor? ¿Hasta cuándo vamos a permitir que nos inunden con una migración incontrolada, una carga que ningún país puede soportar, y que está desestabilizando nuestras sociedades? ¿Hasta cuándo vamos a dejar que nos taxen hasta cuando vamos al baño? ¿Hasta cuándo vamos a seguir permitiendo que nos traten como a niños, a los que hay que darles «soma» (la droga feliz de Un mundo feliz) para que no se rebelen?
La gente que puede, ya está saliendo de Europa. Los que generan riqueza, los que buscan libertad, están mirando hacia otro lado. Y los que se quedan, cada vez están más frustrados, más ahogados. No es una sensación mía, es un sentimiento generalizado, una tensión en el aire que podría dejarnos sin respiración en cualquier momento.
Este artículo es un grito al cielo, una llamada a la reflexión. No es un llamamiento a un partido político, es un llamamiento a la gente. A ti, que lees esto. Reaccionemos. Empecemos a exigir respuestas. Empecemos a mirar a la raíz del problema en lugar de pelearnos por las sombras proyectadas en la caverna de Platón.
No le echemos la culpa a Superúrsula o a Sánchez. Son solo síntomas. La enfermedad es esta estructura mal concebida que busca nuestra sumisión y que hagamos el papel de colonia. Y la cura, como siempre, pasa por darnos cuenta de que estamos enfermos.
¿Hasta cuándo? La Unión Europea debe ser destruida.