Y llegó Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos. Y lo hizo como un elefante en una cacharrería. Lo de Donald Trump y el canal de Panamá es solo una más en una lista interminable. Una de tantas y la gente que vive debajo del tío Sam no reacciona. Y ojo, este artículo no es un alegato contra los Estados Unidos, ni mucho menos. Ellos tan solo siguen sus propios intereses. Como es lógico y normal. Olé por ellos. Hacen bien. Hacen exactamente lo que tienen que hacer. Lo que no es normal es el servilismo extremo de sus «aliados». Y es que en las últimas décadas, Estados Unidos, bajo diferentes administraciones (ya sean demócratas o republicanas), ha mantenido una política exterior de defensa agresiva de sus intereses nacionales.
Esta postura se hace nuevamente evidente con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, quien no ha dudado en hacer declaraciones que reflejan una visión imperialista de la geopolítica mundial. Y no es que su antecesor, Joe Biden, no fuera igual de agresivo (o más), pero no se atrevió a declarar abiertamente que el canal de Panamá debería volver al control estadounidense por la posible influencia china. Estas declaraciones no solo ponen de manifiesto la vulnerabilidad de Panamá y de todo el mundo hispánico, sino que deben invitar a que Hispanoamérica y España reflexionen sobre su propia posición geopolítica en el mundo de nuestros días.
Las declaraciones de Trump sobre el canal de Panamá
No es un secreto que para Trump el canal de Panamá tiene una importancia estratégica, como ha señalado en varias ocasiones. Y no solo teniendo en cuenta el comercio global, sino también para la seguridad nacional de Estados Unidos, aunque yo me decanto más por la primera opción.
Y aunque bien es cierto que a sus comentarios sobre la posibilidad de «recuperar» el control del Canal no les falta razón, ya que China supone una amenaza para el control del comercio global para el país norteamericano, lo cierto es que si nos ponemos en la piel del país atravesado por el canal, se destapa una herida histórica para Panamá y el resto del continente: la larga sombra de la intervención estadounidense en su territorio y soberanía. Estas palabras de Trump no solo deberían hacernos recordar la dependencia económica y política del continente hacia EE. UU., sino también hacernos pensar en estrategias de defensa colectiva de nuestros intereses más robustas. Porque hoy es Panamá, pero ¿y mañana?
La gestión del canal, devuelto a Panamá por los Tratados Torrijos-Carter de 1977, sigue generando fricción. La Autoridad del canal de Panamá es un ente autónomo y privado que se ocupa de la gestión, aunque está siempre bajo la atenta mirada de Washington y de las empresas estadounidenses, que miran con recelo la aparición rotunda y aplastante de China en el comercio de la región. Todo esto pone de manifiesto que es necesario despertar la conciencia de los países hispanoamericanos de la necesidad de una estrategia común de defensa de los propios intereses.
El daño de la leyenda negra
Lo siento, pero es imposible abordar este tema sin incluir también a España en la ecuación, mal que le pese a mucha gente. Y para entender la situación actual de España e Hispanoamérica, es imposible obviar el daño que hizo la leyenda negra, forjada en Europa durante el siglo XVI, que pintó a España como una nación opresora, cruel y atrasada, especialmente en su relación con sus mal llamadas colonias. Hizo su trabajo en siglos pasados, lo cual ya no importa, pero sí que importa cómo sigue influyendo negativamente en la conciencia histórica y cultural de la gente a ambas orillas del océano Atlántico hoy en día, fomentando un autorrechazo patológico y autodestructivo.
Este autorrechazo solo puede llevar a la autodestrucción. Fragmenta la propia identidad, haciendo imposible una relación fuerte y poderosa que nos impulse como hermanos a ocupar un lugar importante en el mundo. La leyenda negra trajo desunión, fomentando el rechazo y manteniéndonos ocupados en temas menores que nos distraigan de lo más importante: que juntos somos mucho más fuertes y separados somos presa fácil de las potencias extranjeras.
Mira, yo mismo era negrolegendario. Me creí todo. Cuando viajé por primera vez por Sudamérica, allá por el año 2010, me maravillaba visitando monumentos, contactando con diferentes etnias y conociendo la cultura de diferentes países. «Tanto mal que hicimos los españoles», me decía a mí mismo. Hasta tengo en mi biblioteca personal Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano. Pero con los años, adquirí conocimientos que me hicieron ver que la leyenda negra no era otra cosa que propaganda. Simplemente, no se ajusta a la historia, no tiene ningún sentido, y pude salir de ella. Hoy en día, estoy convencido de que el único futuro próspero posible pasa por algún tipo de alianza entre todos nosotros.
Lo de Panamá es solo un ejemplo de muchos
Panamá es un perfecto ejemplo de cómo nos encontramos hoy en día. Somos naciones débiles a merced de injerencias extranjeras, ya sea China, Estados Unidos, Rusia o quien sea. Por centrarnos en EE. UU., la historia de América muestra un compendio casi olvidado de intervenciones estadounidenses en la región, desde la propia invasión de Panamá, hasta la muerte del presidente Roldós de Ecuador. Veamos algunas de los últimos 120 años (quizá te sorprendan):
- Cuba (1898): intervención durante la Guerra Hispanoamericana que llevó a la independencia de Cuba bajo la Enmienda Platt, que permitió a Estados Unidos intervenir en asuntos internos cubanos.
- Panamá (1903-1914): apoyo a la secesión de Panamá de Colombia para construir el canal de Panamá.
- México (1914-1917): ocupación de Veracruz y otras incursiones durante la Revolución Mexicana.
- Haití (1915-1934): ocupación militar para estabilizar el país y proteger intereses económicos.
- República Dominicana (1916-1924): ocupación militar para mantener el orden y proteger inversiones estadounidenses.
- Nicaragua (1912-1933): intervenciones repetidas, incluyendo la ocupación para apoyar a gobiernos favorables.
- Guatemala (1954): operación PBSUCCESS para derrocar al presidente Jacobo Árbenz.
- Cuba (1961): invasión de Bahía de Cochinos para intentar derrocar a Fidel Castro.
- República Dominicana (1965): intervención para evitar un posible gobierno comunista después del asesinato de Rafael Trujillo.
- Grenada (1983): invasión para derrocar un gobierno prosoviético (operación Urgent Fury).
- Panamá (1989): invasión para capturar a Manuel Noriega.
- Venezuela (2002): Implicación en el breve golpe de estado contra Hugo Chávez.
Asesinatos y golpes de estado:
- Guatemala (1960s-1990s): apoyo a operaciones contra guerrilleros y activistas, incluyendo asesinatos de líderes como Che Guevara en Bolivia.
- Chile (1973): apoyo al golpe de estado que derrocó a Salvador Allende, llevando a Augusto Pinochet al poder.
- Argentina (1976): apoyo a la Junta Militar que derrocó a Isabel Perón, comenzando el período de la dictadura militar.
- El Salvador (1980s): apoyo a gobiernos militares contra insurgentes, implicado en el asesinato de líderes como el arzobispo Óscar Romero.
- Nicaragua (1980s): apoyo a los «Contras» para derrocar al gobierno sandinista.
- Ecuador (1981): «accidente en helicóptero» del presidente Jaime Roldós.
Quizá, además, podríamos añadir la guerra de las Malvinas a esta ecuación, aunque de forma indirecta. Si hacemos la suma, te salen unas cuantas intervenciones, ¿a que sí? Y eso que no estamos incluyendo nada anterior a 1898 (que se lo digan a México).
Una unión geopolítica hispanoamericana es el único camino
La idea de una unión (de algún tipo) entre España y los países hispanoamericanos es más que necesaria, tal y como está el mundo. Esta unión no implicaría una vuelta nostálgica (y estúpida) al pasado ni un dominio de España sobre nadie, sino de una colaboración donde cada país pudiera aportar y beneficiarse dentro un marco común de cooperación.
Tendríamos tantas ventajas que ni podemos vislumbrar con certeza hasta qué punto mejoraría nuestra posición en el mundo. Desde una explotación de recursos naturales que enriqueciera a los países poseedores de esos recursos (y a no los extranjeros), hasta un marco abierto de comercio, la industrialización de todos los países, el desarrollo puntero de tecnología o el fomento del turismo.
También (¿por qué no?) podríamos tener un tratado de defensa militar de protección de nuestros intereses comunes en el mundo. Como mínimo, de disuasión.
Lo de Donald Trump y el canal de Panamá evidencia nuestra debilidad actual y debe despertar nuestra conciencia
El futuro de la región debería pasar por una unión geopolítica que permita a los países hispanoamericanos y a España enfrentar los desafíos globales con una voz unificada. Las declaraciones de Trump sobre el Canal de Panamá son un recordatorio de la necesidad de tal unión. No se trata de olvidar las diferencias ni los errores históricos sino de usar la historia como una lección para construir un futuro donde la diversidad cultural y política sea una fortaleza, no un obstáculo.
En un mundo con bloques globales tan complejos, como el bloque anglosajón, el chino, el ruso o el árabe, ¿dónde quedamos nosotros? Ahora mismo, en un cuarto, quinto o sexto lugar, débiles y fragmentados. Y cada vez va a ser peor si seguimos por el mismo camino, porque el futuro de los países será la desmembración en decenas de miniestados débiles y fácilmente controlables.
Hay que superar las rencillas a través de la educación y el diálogo, promoviendo una comprensión más justa de la historia compartida. Solo entonces, España e Hispanoamérica podrán trabajar juntos hacia una verdadera soberanía, una que no dependa de la aprobación o el dictado de potencias externas. Ha llegado la hora, después de tantas dificultades, de mirar al futuro con confianza y esperanza, protagonistas de la vanguardia global y no meros espectadores resignados de nuestra propia debilidad y subordinación.
Por un futuro próspero y libre para Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Costa Rica, Cuba, Ecuador, El Salvador, España, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana, Uruguay, Venezuela y Puerto Rico.