Esta es la entrada que nunca quise escribir. Tal cual lo digo. Jamás pensé que escribiría sobre esto. De hecho, mis ojos se siguen llenando de incredulidad al releer las mismas líneas que yo mismo escribo. Iohan Gueorguiev… o mejor debería decir, el gran Iohan Gueorguiev, nos ha dejado. Y conforme lo escribo, vuelvo a sentir una gran aprehensión y tristeza.
Aquí mi pequeño homenaje a esta gran persona.
Mi tributo a Iohan Gueorguiev
Tengo ya que remontarme bastante en el tiempo para recordar en qué momento supe de la existencia de Iohan Gueorguiev por primera vez. Me acuerdo de que me encontraba buscando información sobre esas rutas en bicicleta que se hacen desde Alaska y llegan a Tierra del Fuego. Unas rutas, sin duda, apasionantes.
Aquello debía ser sobre el año 2015 y, afortunadamente, me topé con algún material de Iohan en Youtube. Y, a decir verdad, no fue difícil que su vídeos me llamaran la atención.
Aquella calidad audiovisual, esa inconfundible música folk tremendamente profunda que, en conjunción con imágenes de indescriptible belleza, me tocaban cierta fibra sensible de mi interior. Porque los viajes de Iohan eran casi una ruta hacia nuestras entrañas. Una peregrinación a lo más profundo de nosotros mismos. Una forma de comunicación con nuestro ser.
Y no podría ser de otra forma, ya que el nos llevaba a lo más puro de la naturaleza, a una comunión con la misma, en medio de este ajetreado mundo, en esta vida de ciudades atestadas, incesante ruido y tremenda confusión.
Esa podía ser la sensación de cualquiera que se tomara una hora de su tiempo, después de cenar, tras una larga jornada laboral, en casa, en silencio, en el crepúsculo de un día ajetreado, con el cuerpo descansado y ya reposando. Esperando al día siguiente.
Y en esto, aparecía Iohan, levitando en pistas de tierra, o de hielo, sobre caminos intransitables, en rutas recónditas de los rincones más caprichosos del planeta, sobrecogiéndonos con la inmensidad de estar solo en medio de la madre naturaleza. Mostrándonos que la vida es otra cosa.
Jinete del páramo y de la tundra, abanderado de los Andes, compañero de aventuras de todos los perros vagabundos de América, cálido corazón de guerrero y alma libre.
Iohan Gueorguiev, a pesar de que nunca te conocí, me entristece tu muerte, hermano, y de qué manera.
Sin embargo, Iohan, Bike Wanderer, me alegra saber que fuiste libre. Libre como nadie más del que nunca haya sabido.
Más libre que el viento, los caballos salvajes y el fuego de las hogueras que acompañaron tu camino.
Más libre que el cóndor, que voló sobre ti, y más libre que el sol, que guió tu camino.
Gracias, amigo. Gracias por regalarnos semejante inspiración.
Ahora sí, Iohan, descansa en paz.